Llamado al Bronce. A Don Benito Juárez
Mi voz es india, mi palabra seca,
y no encierra pasión ni fanatismo,
solo canta verdad y allí se obseca
no pronuncia el absurdo ni el abismo
y se sabe guijarro y se hace greca…
I
¡Oh Juárez! Que los ámbitos escombre
la arcilla de mi lengua Mexicana;
que el silábico canto se haga nombre
cuando encienda en la angustia Americana
el llamado imperioso de tu escencia
con mi grito de sangre y obsidiana…
*
Fue un ejemplo de cumbre tu existencia:
desde la choza humilde, del arado
del carrizo en monóloga estridencia
al disfónico giro del Estado;
del abrazo de milpas de la sierra,
del balar impaciente del ganado
a los ámbitos truncos de la tierra,
donde el hombre el gérmen de ambiciones
que dialoga la paz con voz de guerra.
*
En ti hablaron indemnes tradiciones
de la raza de bronce no vencida
bajo el yugo de antiguas vejaciones.
*
Tu sed de libertad –enardecida–
de un soplo te libró de la montaña
y supiste del pueblo, de su herida,
de su triste verdad, de su alimaña,
de la fuerza que sangra y que lo humilla
que es más secreta cuanto más lo daña.
*
La constancia –enraizada manecilla–
a través del insulto fue el camino,
fue la espiga horadando la semilla.
*
Y llegaste indomable a tu destino
a la sombra de un lar que no era el tuyo,
pues tu aliento viril de peregrino,
no anhelaba la paz, el manso arrullo
de enclaustrada oración, porque eras fuerte,
porque hablaba en tu ser doliente orgullo
de una raza que vió llegar la muerte,
que sintiéndose esclava, escarnecida,
en el tiempo venció su propia suerte.
*
Y ensanchaste la savia de tu vida
en el aula cordial de tu “instituto”,
en su augusta cantera amanecida,
que a la historia se brinda en nuevo fruto
madurando el presente su esperanza
sin contar con la angustia del minuto.
*
En las manos llevaste la confianza
al dolor de la Patria, de los mundos,
eras Ley y Justicia, no venganza.
*
Animaste tus gérmenes profundos
cuando el extraño ambicionó tu suelo
devolviendo sus pasos vagabundos.
*
Era entonces la Patria: Amargo duelo,
la ambición mutiló su faz de piedra
–águila herida en la mitad del vuelo–
tu estructura de bronce no se arredra
y el Derecho en tu voz fue abrazo enorme
ahogando la traición –potente hiedra–.
*
Y arribaste en la cúspide inconforme,
la Reforma del Pueblo fue tu grito,
pues deseabas un México uniforme;
el México anhelado, el infinito,
el que canta su paz en las verbenas,
en la espuma del mar, en el granito,
sin mordaza en la voz sin cadenas;
esa fue tu visión ese tu llanto
y creciste tu muerte de alas planas…
II
Voy a encender la noche con mi canto
porque vives en la sombra de lo incierto,
la vida del enigma y del espanto.
Si preguntan por ti, diré: ¡No ha muerto!
Porque vives en todo mexicano
en su hora de verdad y desconcierto,
porque en el indio, tu paciente hermano,
eres lluvia de fe en la cosecha,
eres impulso que germina el grano
de esta Patria que vive insatisfecha,
que sangra por la herida del costado
en el tiempo monótono y sin fecha…
*
Nos dejaste un ideal, lo han profanado,
los que nunca supieron de trincheras,
del sudor en la fiebre del sembrado,
del cansancio en las horas jornaleras,
los que elevan incienso a los extraños
y son eco de voces extranjeras
que predican la “Paz” y los engaños,
con la ignominia en la inconciencia humana
y convierten a los pueblos en rebaños…
*
Hoy mi voz al silencio donde moras,
se abre a tu oído: México te espera
con su llanto vertido en las auroras,
en la edad del acero, de la hoguera,
del átomo asesino que aniquila
y anuncia al mundo la verdad postrera.
Que se alumbre en la noche tu pupila
y el bronce de tu estirpe se haga grito,
convocación frenética de esquila,
que taladre en su vuelo de infinito
la dormida conciencia ciudadana
y la inconstancia del valor marchito…
*
Y no soy yo, es la angustia mexicana
la que turba los rumbos de tu gloria,
es la voz de la tierra americana
conmovida al minuto de la historia,
la que urge tus caminos de constancia,
la que invoca sedienta tu memoria,
Benemérito: ¡Vence tu distancia!...
Autor
Oaxaqueño, Dr. Francisco Hernández Domínguez.
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