martes 13 de diciembre de 2011 → política →
Los normalistas de Ayotzinapa bloqueaban la carretera para
exigir clases
Policías matan a tres estudiantes durante desalojo en la
autopista
MARGENA DE LA O
Chilpancingo, 12 de diciembre. Policías que pretendían
desalojar a estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa cuando bloqueaban la
autopista del Sol, para exigir al gobernador Ángel Aguirre Rivero una
audiencia, los reprimieron a balazos y asesinaron a dos de ellos.
En la embestida policiaca, ordenada por mandos de gobierno a
través de radio, hubo un número indeterminado de heridos, y 24 personas fueron
detenidas. Los estudiantes demandaban que reactivaran las clases en la normal,
suspendidas desde hace más de un mes.
A las 12 del día los jóvenes empezaron a reunirse a un lado
de la autopista, a la altura de la tienda Liverpool, y a las 12:15 o 12:20 a lo
más, los cuerpos de Jorge Alexis Herrera Pino, y Gabriel Echeverría de Jesús,
ya estaban tirados e inertes sobre el asfalto de cuota.
La agresión
Todo comenzó con una cortina de humo, provocada por las
bombas con gas lacrimógeno que salieron de manos de policías federales. Fue la
primera impresión de la escena observada desde la parte frontal (norte a sur de
la autopista). Gritos. Zozobra. Reporteros, turistas, gente común que tuvo la
mala fortuna de pasar ahí, colocados pecho al piso por indicación. Chillantes
cláxones de los vehículos varados. Más gritos.
Enseguida, vino la primera ráfaga de balas al aire, de los
policías federales, autorizada mediante un enlace por radio. La segunda ráfaga,
más prolongada, ya no salió de las mismas armas: policías ministeriales
abrieron fuego contra los estudiantes del lado derecho (carril norte-sur), al
entrar por el puente de la tienda departamental, para acorralarlos entre el ya
opresivo bloqueo de carros. No tardó mucho para que los policías federales
también apuntaran hacia el mismo blanco.
Del otro lado, el de Ayotzinapa, el de los normalistas
rurales de un presupuesto diario de 50 pesos para alimentación, respondieron,
porque sí lo alcanzaron a hacer, con palos y piedras. Las bombas caseras que
llevaban no las usaron porque no dio tiempo de llenarlas de combustible de las
dos gasolineras de lado a lado del tramo. Algunos, en el intento de defenderse,
alcanzaron a prender fuego a los aceites envasados de esos establecimientos.
Los policías lanzaron entonces algunas granadas de
fragmentación hacia los normalistas, que para ese momento se refugiaban entre
los huecos de sus autobuses y los muros de concreto que dividen la carretera.
Eran cinco en total, según se pudo contabilizar después, y ninguna alcanzó a
detonar, pero provocaron pánico y al menos dos huidas a galope de todos los que
rodeaban la escena. Los únicos inmóviles eran los dos estudiantes muertos, ambos
de menos de 22 años.
Otro fragmento de avasallamiento: un joven que vestía
playera roja gritó a los policías federales, al mismo tiempo en que tocaba su
abdomen, del cual escurría sangre, pidiéndoles ayuda porque lo habían herido.
–Me diste –le dijo al policía que le había disparado.
–Vete a la verga –le contestó el uniformado.
Entonces el joven se alejó.
El normalista de playera roja, fue uno de los
incuantificables heridos que como pudieron, buscaron refugio en los camiones en
que llegaron. Otros tantos no corrieron la misma suerte: fueron detenidos por
los policías federales; algunos normalistas chorreaban sangre. Los
ministeriales hicieron la misma tarea, y a ellos también les valió lo mismo si
eran niños, estudiantes, empleados o reporteros, como Éric Escobedo, quien fue
arrestado, golpeado y liberado, por presión de otros comunicadores de la
capital.
Antes de que la neblina provocada por las granadas de humo
bajara, los policías armados se fueron, pero quedó una guardia policiaca
resguardando y acordonando la zona.
En ese momento se ubicó con claridad a los dos jóvenes
muertos: Alexis, el de Atoyac, estaba atravesado en el carril de norte a sur,
boca arriba, con el pantalón de mezclilla y la playera oscura que vestía,
ensangrentada a causa del torrente rojo que salía de la parte superior de su
cuerpo. A él, aún vivo, se le había visto descender de unos de los siete
autobuses en que viajó toda la base estudiantil desde Ayotzinapa, y el centenar
de miembros de organizaciones costeñas que los acompañaron, con una actitud de
arrebato revolucionario. Era uno de los líderes.
Gabriel, era el de apariencia robusta, de Tixtla, que cayó
boca abajo, con una pequeña mochila que traía sobre su cabeza, al parecer tras
el impacto de bala que se le vio en el cuello. Dos fotografías en secuencia que
más tarde exhibiría el periódico Reforma lo muestran corriendo corriendo en
una, por la autopista despejada, y en la siguiente, ya abatido.
A lo lejos, una niña de unos cuatro años que salía de la
tienda Liverpool, en la que refugió con su madre, observaba cómo personal del
Semefo, pasadas las 2 de la tarde, levantaba los cuerpos de ambos normalistas.
–¡Mami, ya no quiero que tiemble como ese día y hoy! –le
dijo, y la abrazó.
Más tarde, normalistas informaron que otro estudiante, Édgar
David Espíritu, estaba malherido.
En su cuenta de Twitter, el diputado federal del PT Gerardo
Fernández Noroña, dio a conocer que el alumno mencionado había fallecido.
Horas más tarde, la Liga Mexicana por la Defensa de los
Derechos Humanos informó del deceso del estudiante, con una carta que le envió
al presidente Felipe Calderón Hinojosa.
Al cierre de la edición, el Colectivo contra la Tortura y la
Impunidad (CCTI) confirmó la muerte de Édgar David Espíritu, con lo que al
final de la jornada sumaron tres víctimas en el desalojo.
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