Jaime Avilés: Miseria moral de Marcelo Ebrard
Fuente: Fuentes Fidedignas
DESFILADERITO
Jaime Avilés
Miseria moral de Marcelo Ebrard
Cada día que pasa –y sólo han pasado cinco– se comprueba qué
oportuna fue la decisión anunciada el domingo por Andrés Manuel López Obrador
en el Zócalo, que lo puso al margen del Partido de la Restauración Dinosáurica
(PRD), pues los dirigentes de ese aquelarre aprovecharon la oportunidad de
inmediato para echarse a los pies del Partido de la Rapiña Infinita (PRI) y en
los brazos del Partido Aniquilación Nacional (PAN).
En otras palabras, desde el domingo, los tres grandes
partidos de la derecha mexicana (PRI-PAN-PRD) consolidaron un bloque inmenso,
que cuenta con dos apéndices: el Partido del Verbo Exterminador Mortuorio
(PVEM) y el Predador Analfabeta (Panal), así como con dos eventuales aliados,
el Partido de los Trebejos (PT) y el Monumento al CiudaDanteDelgado (MC).
Manuel Camacho Solís, su pupilo favorito, Marcelo Ebrard, y
otros salinistas de closet impusieron la moda de llamar al PRD-PT-MC “las
izquierdas”, aunque éstas hicieron lo posible y también lo imposible por
boicotear el proyecto de centro-izquierda de López Obrador, para que se
mantuviera en el poder el aparato de devastación de la extrema derecha que
sufrimos desde 1982.
Mientras los levantacejas al servicio del régimen de facto
criticaban a Andrés Manuel por “dividir a las izquierdas”, y Jesús Zambrano
preparaba el acercamiento del PRD al PAN para establecer candidaturas conjuntas
en todas las elecciones del año próximo, Ebrard llamó a crear un “frente de
izquierda” para impedir el efectivo alejamiento de López Obrador y seguir
medrando a costa de él, esto es, cachando los millones de votos y los millones
de pesos que genera, en cada contienda donde hay urnas, el superestrella de la
política mexicana.
La realidad objetiva y desapasionadamente nos dice que en
México la izquierda ha quedado otra vez fuera del Congreso de la Unión. Se
cierra así el ciclo inaugurado por la reforma política de Reyes Heroles en 1979
, que permitió el acceso del Partido Comunista Mexicano a la Cámara de
Diputados, la candidatura presidencial de Arnoldo Martínez Verdugo por el
Partido Socialista Unificado de México en 1982 y la alianza de los
nacionalistas revolucionarios del PRI con el Partido Mexicano de los
Trabajadores y el Partido Mexicano Socialista en 1988, que derrotó a Salinas de
Gortari pero no pudo conjurar el fraude ni evitar la imposición del espurio que
desde entonces, por medio de prestanombres, nos gobierna.
Hoy, la única fuerza verdaderamente de izquierda, se ha
desprendido del ámbito institucional con la pretensión de reinsertarse en él
bajo la forma y el nombre de un nuevo partido político: Morena (Movimiento
Regeneración Nacional) cada vez más cercano a las ideas anarquistas de Ricardo
Flores Magón, que dieron base teórica de la revolución de 1910.
Fuera de Morena, en buena hora, quedan Camacho, Ebrard, los
chuchos, Amalia García, Graco Ramírez, Elena Zepeda, René Bejarano, Dolores
Padierna y miles de operadores de las tribus que, al igual que el PRI, reparten
despensas, materiales de construcción, dinero y otros “estímulos” entre los
hambrientos para obtener su voto y conservar los privilegios derivados de la
corrupción y la impunidad.
Con su sonrisa bretona de socialdemócrata de derecha, que
amplió el catálogo de los derechos sociales en la ciudad de México, sí, pero
frustró el desarrollo de prácticas de cogobierno como el presupuesto
participativo –introducido en Iztapalapa por Clara Brugada y adoptado por el
GDF, para desvirtuarlo y despojarlo de toda relevancia–, Ebrard gobernó la
ciudad con absoluta falta de respeto a sus habitantes.
Regocijándose en la aplicación sorpresiva del “factor
sorpresa” –el cierre de avenidas y calles a cualquier hora y sin previo aviso–,
en la destrucción de enormes extensiones de pavimento –que nos hicieron creer
que vivíamos en una ciudad bombardeada– y en la complicidad con delegados y
ladrones de cuello blanco que nos saquearon a placer, Marcelo Ebrard, el
“moderno”, no dudó en desalojar a garrotazos a sus propios electores, para
convertir sus barrios y colonias en soportes de la Supervía, por la cual todas
las personas que la usen para llegar a tiempo a su trabajo deberán pagar una
cuota diaria y con ella verán disminuidos sus ingresos.
Desprovisto de carisma, con una inclinación sádica hacia el
uso de la fuerza pública en términos brutales –especialmente contra los jóvenes
de las zonas más pobres–, sin táctica ni estrategia para enfrentar la
prostitución y el narcomenudeo –su jefe de policía se dedicó a destruir las
organizaciones de autodefensa de las sexoservidoras y al desmantelarlas
facilitó la disputa de nuevos cárteles por determinados barrios en los que se
han registrado ya episodios horrorosos como los que se viven alrededor de la
capital–, Ebrard será recordado especialmente por la traición que cometió en
contra de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, al imponer como
rectora o raptora a una charlatana corrupta, histérica y megalómana, amén de
incapaz, como María Esther Orozco (MEO), causante de la gravísima crisis que
vive la institución.
La miseria moral de Marcelo Ebrard se agigantó cuando hace
un par de días, tras el empleo de una pandilla de taxistas piratas que
dispararon al aire donde se encontraban los estudiantes huelguistas del plantel
Cuautepec, declaró que “la rectora debe seguir al frente de la universidad”.
¿Qué espera el gran simulador de “las izquierdas? ¿Un joven, un maestro muerto
a tiros? A Orozco la blindó con inmunidad injustificable, y todos los abusos
que cometió –retención de cuotas sindicales, despidos selectivos de opositores,
fomento de la xenofobia y la discriminación, por mencionar sólo algunos– jamás
fueron investigados por la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, cuyo
ex titular, Miguel Angel Mancera tiene ahora el imperativo de desactivar el
peligro que representa doña MEO.
Al darle su enésimo espaldarazo a la señora, Ebrard se
colocó a la altura de Vazurita, el del IFE, y Uña Ramos y los macacos de Maca
Alanís en el Trife, es decir, a la altura de quienes desprecian los más
elementales valores de la convivencia humana: la justicia, la solidaridad y el
respeto a las leyes vigentes. Y como no puedo ocultar la repugnancia que me
provoca el futuro presidente de la Comisión de Ciudades Seguras de la ONU, hoy
también estaré en Twitter, en la cuenta @Desfiladero132, por si ocupan.
Jaime Avilés
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