De la retirada a la rendición
James Petras.
Los nuevos intelectuales izquierdistas deberán decir lo que
necesita ser dicho sobre los Estados colonialistas, sin importar las
sensibilidades étnicas de sus colegas. Sobre todo deberán reconocer que viven
en un imperio que tiene la responsabilidad de reconocer que los imperios nunca
llevan a cabo guerras humanitarias, sino contra la humanidad
James Petras
La oposición de los intelectuales occidentales de izquierda
a la guerra desvastadora de Estados Unidos contra Afganistán virtualmente se ha
derrumbado. Esto trae a colación la pregunta de si ante el fin de una tradición
de la oposición intelectual se requiere un nuevo principio, lo que conlleva una
severa reflexión sobre el pasado reciente.
Desde mediados de los años sesenta ya había signos claros de
la retirada intelectual, cuando muchos intelectuales apoyaron la guerra
estadunidense en Vietnam, hasta que fue obvio que no podía ganarse, y sólo
entonces se opusieron. Para principios de los setenta, muchos intelectuales de
izquierda abandonaron su breve idilio con los movimientos sociales pacifistas y
contra el racismo para volver a las filas del Partido Demócrata y su líder
simbólico de los estándares liberales, George McGovern.
El primer signo inequívoco del redescubrimiento de la
naturaleza virtuosa del imperialismo llegó durante la presidencia de Carter.
Luego de que dictadores y gobernantes coloniales apoyados por Estados Unidos
fueron expulsados de Etiopía, Nicaragua, y especialmente de Irán, y con nuevos
regímenes radicales de izquierda en Afganistán, Angola, Mozambique y Guinea
Bissau, el gobierno de Carter lanzó una ofensiva militar contrarrevolucionaria
acompañada de retórica de derechos humanos. La presidencia de Carter armó y organizó
una variedad de fuerzas reaccionarias para destruir o socavar a los nuevos
gobiernos. Cientos de millones de dólares en armamento fueron canalizados a
Savimbi, en Angola, los contras de Nicaragua, los Renimo en Mozambique y
caciques tribales en Afganistán. Muchos intelectuales occidentales, sin
embargo, estaban intoxicados por la retórica sobre derechos humanos de Carter.
marcha-protesta-guerraEsta abierta contraofensiva
imperialista devastó los países en los que fue practicada, además de que hizo
retroceder reformas progresistas; se justificó como parte de la campaña de
derechos humanos y un sector significativo de la izquierda lo apoyó. La masiva
intervención estadunidense en Afganistán fue respaldada por el dictador militar
paquistaní, general Zia, su policía secreta y la tesorería de Arabia Saudita.
Estados Unidos y sus estados clientes reclutaron decenas de miles de
voluntarios fundamentalistas de todo el mundo árabe. Procedieron a destruir las
escuelas mixtas, las instituciones laicas, a degollar a cientos de mujeres que
eran maestras en escuelas rurales y a los beneficiarios de un programa secular
de reforma agraria gubernamental.
El levantamiento de los caciques tribales y de mercenarios
en el extranjero, patrocinado por Estados Unidos, forzó al gobierno laico de
izquierda de Kabul a pedir a la Unión Soviética ayuda militar y soldados.
La intervención estadunidense y la contrarrevolución
sirvieron a dos propósitos: derrocar al régimen de izquierda y provocar que la
Unión Soviética entrara en una guerra terrestre de desgaste. La secuencia de
acontecimientos da un contexto importante para entender la traición de los
intelectuales occidentales. La verdadera secuencia del establecimiento de un
gobierno laico de izquierda en Afganistán, seguido por un terrorismo
patrocinado por Estados Unidos contra la población civil y finalmente la
intervención soviética, producto del pedido de un aliado y vecino, fue
totalmente oscurecida por la maquinaria propagandística de Washington. El
levantamiento provocado por Estados Unidos fue descrito como "la invasión
soviética a Afganistán", la intervención de mercenarios fundamentalistas
fue bautizada como "la lucha afgana mujaidín por la liberación".
Zbigniew Brzezinski, el asesor de seguridad nacional del presidente Carter, se
jactó abiertamente de que la intervención militar estadunidense comenzó seis
meses antes de que los soviéticos ingresaran a Afganistán y que fue diseñada
para debilitar al régimen de Kabul y obligarlo a presionar a las tropas
terrestres soviéticas.
Casi la totalidad de la izquierda occidental -y la mayor
parte de la izquierda en el tercer mundo- se puso del lado de Washington en su
ataque contra la "intervención soviética". Prácticamente ningún
intelectual occidental apoyó al asolado régimen laico en sus campañas por la
igualdad de género mediante la educación y la reforma agraria.
A medida que los distintos caciques retrógradas avanzaban
contra las tropas afganas y soviéticas, violaron y asesinaron a miles de
mujeres trabajadoras, obligaron a miles de doctoras y maestras a huir al campo
o a encerrarse en sus casas y a usar burka.
Ninguna de las organizaciones feministas occidentales ni
ninguna de las líderes feministas marxistas denunciaron la contrarrevolución
forjada por Estados Unidos ni el revés que sufrieron las reformas a manos de
los fundamentalistas tribales. En cambio, todos se unieron al "doro
antisoviético". La mayoría de las sectas de izquierda, la sopa de letras
que forman tantas siglas de grupúsculos trotskistas, maoístas y anarquistas
agregaron su retórica antisoviética a la campaña estadunidense. Algunos, desde
luego, criticaron a los mujaidines por sus excesos y buscaron un cacique tribal
progresista y de tercera vía.
La retirada de los intelectuales occidentales de izquierda
(IOI) que enfrentaron el Afganistán I fue de importancia estratégica. Al
encontrar un terreno común con los intereses y políticas de Estados Unidos, los
IOI comenzaron el proceso para socavar toda noción de imperialismo como la
principal característica definitoria de la naturaleza de Estados Unidos como
Estado.
El "nuevo pensamiento" comenzó en 1980 y provocó
que varios IOI concibieran el imperialismo como simple política, no como
estructura de poder y expansionismo ecomómico. La política imperialista, por lo
tanto, era sólo un producto de la constelación específica de funcionarios
gubernamentales compitiendo entre ellos. Como resultado, la política exterior
imperialista o humanitaria dependía del contexto, valores e influencias de los
políticos. Los "nuevo pensadores" entre los IOI procedieron entonces
a atacar a la izquierda antimperialista por ser "antiestadunidense" o
"marxista ortodoxa", porque los antimperialistas insistían en nunca
encontrar nada positivo en la política de Estados Unidos. Uno de los elementos
positivos que citaban como ejemplo era la oposición de Washington a la
"invasión soviética a Afganistán". Así, los IOI suspendieron todo
juicio crítico y cualquier investigación seria en torno al levantamiento tribal
respaldado por Estados Unidos y el ingreso soviético. Después del Afganistán I,
un importante sector de los IOI se unió a las filas del imperialismo
humanitario.
Los estrategas políticos en Washington se dieron cuenta de
que valía la pena repetir su exitosa fórmula para asegurar el apoyo de los
intelectuales occidentales. Y tenían razón.
Washington justificó su intervención en Granada argumentando
el intento "estalinista" de derrocar a un gobierno populista. En
Panamá, justificó su invasión declarando su oposición al narcodictador Noriega.
En la Guerra del Golfo, Estados Unidos fue a la guerra para oponerse a que
surgiera "un nuevo Hitler". El imperialismo humanitario ganó así
algunos IOI más. Se mostraron indecisos en su posición, pues algunos alegaron
que estaban "opuestos" tanto a las fuerzas invasoras estadunidenses
como a los dictadores. Olvidaron que la invasión imperialista destruye a un
país y su derecho a la libre determinación, condición previa a cualquier lucha
contra un gobernante dictatorial.
Esta ecuación simplista, consistente en equiparar ejércitos
imperialistas e invasores con dictaduras locales que se oponían a la invasión
del país en cuestión, se convirtió en el signo distintivo de la evasión y
decadencia moral de los IOI. La "teoría del doble demonio" fue un
punto de tránsito entre el antimperialismo congruente y las apologías del
imperialismo humanitario. La naturaleza del régimen que se oponía a la invasión
imperialista es secundaria a la conquista imperial del poder, particularmente a
juicio de los intelectuales en los estados imperiales. La elección no era entre
el imperialismo humanitario o las dictaduras del tercer mundo, sino entre la
libre determinación y la recolonización.
afganistan-mujeres-refugiaLa discusión en torno a la guerra
comienza con esta elección básica dentro del sistema estatal. La dinámica
histórica necesaria para la conquista imperial exitosa en una región lleva
inevitablemente a mayor agresión y mayores conquistas en otras regiones. El
resultado son guerras continuas que devastan países y continentes. Es por esto
que la oposición a los dictadores locales queda subordinada a la lucha antimperialista.
Antes y durante el siglo XX, y especialmente durante sus
últimos 25 años, las mayores guerras siempre fueron de naturaleza
antimperialista. Washington comenzó en Granada, siguió con Panamá e Irak, y
luego los Balcanes, Afganistán y otros países por venir. Cada vez que
Washington ejerce su poder imperial es más devastador en su aplicación y más
destructivo en sus consecuencias.
La dinámica del imperialismo histórico se ha perdido para
los IOI que consumen la propaganda humanitaria con la que Washington y sus
medios voceros bombardean al mundo, perdiendo de vista la interrelación entre
una guerra imperial y otra.
El momento clave para los OIO fue la Guerra del Golfo. Este
fue el "último frente" para la izquierda, antes de su colapso durante
los salvajes bombardeos de la OTAN y su ocupación en los Balcanes. Sólo días
antes, cuando Bush padre lanzó su ataque militar sobre Irak, la mayoría de los
intelectuales de izquierda se opusieron a la guerra, exigieron un acuerdo
diplomático y la retirada pacífica de las tropas iraquíes de Kuwait, o
simplemente se opusieron a la intervención de Estados Unidos, a la que
consideraron parte de una estrategia motivada por el interés en el petróleo. La
victoria militar rápida y contundente de Washington -asistido por sus socios
menores europeos-, lograda con mínimas bajas, convirtió a un público dividido
en mayoría en favor de la guerra. Gran parte de los OIO que se oponían a la
guerra quedaron silenciados. Muchos se retiraron o se unieron al coro pro
bélico de los ex intelectuales de izquierda, atados a la política exterior que
no sólo aplaudió la guerra, sino que exigió entrar a Bagdad.
La satanización de Saddam Hussein en la probaganda estatal
(el "Hitler árabe") fue repetida por los izquierdistas arrepentidos.
En forma convenciera abdicaron de su inteligencia crítica y apoyaron la
partición y ocupación del territorio, aire y mar iraquíes, lo mismo que el
genocida bloqueo económico que ya ha provocado la muerte de 500 mil niños.
La fusión de los sentimientos pro israelíes y pro
imperialistas provocó un estrato intelectual particularmente virulento que
encontró amplio espacio en los principales medios impresos y electrónicos. Sus
ataques personales contra intelectuales de izquierda con principios sirvieron
para intimidar o minimizar las críticas de sus indecisos colegas.
Una vez más, la retórica del "doble demonio"
emergió. El asesinato en masa de cientos de miles de iraquíes, la colonización
de facto del país, el bloqueo económico, el espionaje legalizado para
identificar objetivos de bombardeos por medio de inspectores de armas de la ONU
fueron elementos que se equipararon con el régimen dictatorial de Hussein,
quien estaba defendiendo al país de ser totalmente borrado. Las perversas
políticas de los "equivalentes morales" pasaron por alto la lógica
histórica de un poder cada vez mayor que conlleva a una expansión imperial
creciente, y que van de la mano con la voluntad de destruir cualquier elemento
de resistencia.
Irak fue el ensayo para el uso del poder militar masivo
contra un poder de segunda división, al contrario de lo que ocurrió en estados
marginales como Panamá y Granada. Los bombardeos y la invasión de Estados
Unidos y la OTAN a Yugoslavia extendió los parámetros de la intervención a un
régimen europeo que no estaba involucrado con invasión alguna, que tenía una
economía de mercado y un gobierno elegido encabezado por una coalición de
partidos. En este caso, el conflicto interétnico fue la punta de lanza empleada
por políticos separatistas, lo que alentó a los poderes de la OTAN y sirvió de
pretexto para ejecutar la intervención imperialista.
Washington se alió a los bosnio-musulmanes y al régimen
croata pro fascista mientras Alemania apoyó a los eslovenos y al régimen albano
mafioso, respaldado por el sector anexionista albano-kosovar... todos opuestos
a la República Yugoslava multiétnica encabezada por los serbios. Washington
hizo publicidad con "testimonios de atrocidades" parciales,
exagerados o inventados, llenos de sangre y vísceras de la limpieza étnica
serbia. Deliberadamente se omitieron degollamientos de civiles serbios por
parte de voluntarios fundamentalistas musulmanes en Bosnia, o la expulsión de
200 mil serbios de la región de Krajina, ocupada por el ejército croata.
La propaganda de Estados Unidos y la OTAN, plagada de
intensas imágenes de atrocidades reales o falsificadas, causó un impacto masivo
en el público, especialmente en los IOI. Casi la totalidad de ellos apoyó la
guerra humanitaria de Washington y su intenso bombardeo a objetivos civiles en
Belgrado, Kosovo y otros sitios. Hospitales, fábricas, puentes, trenes de pasajeros,
estaciones de radio y televisión fueron bombardeados. Los IOI no se inmutaron y
recordaron a las víctimas bosnias en Sarajevo y a los albaneses étnicos en
Kosovo.
La ceguera moral e intelectual de los IOI les impidió
reconocer que la mayor atrocidad cometida en Sarajevo fue obra de los bosnios
musulmanes: el bombardeo de su propio mercado, que mató a decenas de clientes,
y que se hizo para asegurar la compasión de Occidente y dar a la OTAN el
pretexto para intervenir militarmente "para salvar a los musulmanes del
genocidio a manos de los serbios".
La ceguera moral y política aseguró que los intelectuales de
las ONG obtuvieran reconocimiento de la OTAN en política ética, lo que les
facilitó embolsarse millones de dólares durante el periodo de "reconstrucción".
Los IOI certificados en ética cerraron los ojos durante la intervención de
Estados Unidos y la OTAN en Kosovo y la subsecuente concesión de armas para el
terrorista Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), y el asesinato y brutal
expulsión de cientos de miles de civiles serbios, gitanos, albaneses
cristianos, turcos, bosnios y judíos. El silencio ensordecedor y las abyectas
apologías de los intelectuales a los bombardeos de terror de la OTAN sobre
Yugoslavia y la limpieza étnica del ELK señalaron el fin de las políticas de
los intelectuales de izquierda occidentales como las habíamos visto durante los
últimos 50 años.
El strip tease moral de los IOI empezó con la primera guerra
en Afganistán, cuando los intelectuales se despojaron de sus ropas exteriores
al negarle su apoyo al régimen laico de Kabul y apoyar el levantamiento
fundamentalista orquestado por Estados Unidos. Luego se quitaron camisa y
pantalones al dar velado apoyo a la conquista imperialista de Irak ("¡Es
que algo tenía que hacerse para detenerlo!"). En los Balcanes se quitaron
los calzones en el momento que respaldaron la guerra masiva de destrucción
contra Yugoslavia repitiendo como pericos la frase del Pentágono sobre la
guerra humanitaria. (Algunas sectas trotskistas incluso propusieron comprar
armas para los esclavistas, narcotraficantes y limpiadores étnicos del ELK.)
Es un caso de reacción política mezclada con sicosis mental.
SOBRE DOBLES DEMONIOS Y EL GRAN DEMONIO
La actual guerra de Washington evocó un mínimo de desacuerdo
intelectual jamás visto en guerras imperialistas recientes. Silencio y
complicidad se han convertido en hábitos. En la guerra de los Balcanes, los IOI
entregaron sus principios morales y políticos. Ya no analizan la secuencia de
guerras imperiales destructivas; en cambio, cada guerra fue considerada otra
respuesta humana a tiranos, traficantes y terroristas. De manera igualmente
reprensible, equipararon la agresión global de un tirano imperial con la
resistencia de un autoritario local.
Los términos intelectuales y morales para la capitulación
política se fijaron antes de que cayeran 15 mil libras de bombas (o
"cortadoras de margaritas", como las define el Pentágono en un símil
enfermizo) sobre Afganistán. La cobardía moral quedó enraizada en el silencio
intelectual ante la lucha palestina. Abdicando de toda responsabilidad moral y
principios políticos, los IOI fingieron horror ante la "violencia" en
Medio Oriente.
La tortura, expulsión, asesinato y mutilación de cerca de 20
mil palestinos -cristianos, musulmanes, izquierdistas laicos- y la destrucción
de miles de hogares, de hectáreas de plantíos de olivo y frutales para
construir asentamientos fueron "emparejados" por el repudio a los
atentados suicidas en autobuses y bares de desesperados sujetos colonizados que
no tienen posibilidad de luchar contra vehículos blindados, helicópteros
artillados y misiles guiados.
La cobardía y el vacío moral llevaron al silencio, a la
ambigüedad y al abandono de los más elementales principios anticolonialistas.
La cobardía nacida del miedo a ser etiquetado de "antisemita" por
intelectuales judíos fanáticos y partidarios incondicionales de la colonización
israelí de los territorios ocupados y de la expulsión de una población cautiva.
La cobardía intelectual de cara al hecho de los asesinatos
cotidianos y de la tortura institucionalizada se esconde tras chimeneas ques
arrojan humo pestilente. Los IOI argumentarán, por temor a las recriminaciones
de sus colegas pro israelíes: "después de todo, el conflicto en Medio
Oriente es importante para ellos. No es mi prioridad".
De esa forma hablan muchos IOI en ausencia de colegas pro
israelíes. Palestina no es una prioridad debido al temor al etiquetamiento
político y al ostracismo en los medios y los círculos profesionales.
El temor también salta de la propaganda mediática estatal y
el rabioso ondear de banderas de las multitudes en el caso de Afganistán.
Cuando el 11 de septiembre llevó al 7 de octubre, cuando el presidente, apoyado
por ambos partidos, el Congreso y todos los medios masivos de comunicación
declaró la guerra contra Afganistán y confrontó al mundo entero con su agresivo
"o están con nosotros o son terroristas", la mayoría de los IOI ni
siquiera titubeó. Se pusieron su uniforme, hicieron el saludo militar y procedieron
a discutir objetivos de guerra, terrorismo y seguridad nacional. La
"guerra total" (o el bombardeo indiscriminado de toda instalación
civil o militar) se volvió un término aceptado, si bien no mencionado en el
discurso antiterrorista que prevaleció entre los IOI.
Muchos ex críticos izquierdistas aceptaron las premisas
básicas de la guerra: que Bin Laden y una conspiración internacional apoyada
por Afganistán era responsable por el 11 de septiembre, y que Washington tenía
el derecho de "defender a sus ciudadanos" mediante el bombardeo del
pueblo afgano.
En la conversión de los IOI a la segunda guerra afgana fue
crucial el hecho de que los atentados contra el World Trade Center en Nueva
York y el Pentágono se inflaran hasta alcanzar dimensión de acontecimiento en
la historia universal, "sin precedente en los tiempos modernos",
según hiperbólicos pronunciamientos que emanaron de Washington y de los medios
estadunidenses, y que hicieron eco en sus contrapartidas en el resto del mundo.
En realidad, la muerte de entre 2 mil 500 y 3 mil personas
difícilmente es un hecho sin precedente. Es casi el número de serbios que
fueron asesinados o "desaparecidos " por el terrorista ELK durante la
ocupación de la OTAN. Los bombardeos y el bloqueo de Estados Unidos y Gran Bretaña
sobre Irak han causado cientos de miles de muertes de niños en menos de diez
años, que equivalen a mil muertes por semana. Pueden darse muchos otros
ejemplos de cómo la violencia política dirigida por Estados Unidos ha resultado
en mayores índices de mortalidad que lo ocurrido el 11 deseptiembre. En una
palabra, ese saldo mortal difícilmente es una tragedia humana "sin
precedente". No obstante, los IOI cayeron dócilmente en la línea,
recitando el mantra de los medios y extendiendo el mensaje de que la guerra de
Estados Unidos y la OTAN contra Afganistán era una "guerra justa",
con la piadosa advertencia de que debía evitar provocar víctimas civiles.
Fue una deshonesta derivación de su propia cobardía, pues
los intelectuales sabían perfectamente bien que la guerra iba a consistir en un
masivo bombardeo masivo de todos los objetivos, incluidos hospitales, hogares,
campamentos de refugiados, etcétera. Sus reservas se vieron hundidas por la
combinación de voces que celebran la "guerra justa".
Entre algunos intelectuales neoyorquinos, el ataque del 11
de septiembre sacó a la superficie valores totalitarios provenientes de su
apoyo incondicional al Estado de terror de Israel. Seymour Hersh, entre otros
miembros del establishment literario liberal de izquierda, defendió la tortura
de familiares de sospechosos de terrorismo, citando y elogiando los
despreciables métodos utilizados comúnmente por la policía secreta israelí. Los
izquierdistas que ahora comulgaban con el Estado imperialista de terror
conjuraron el espectro paranoide de una inminente y arrasadora ola terrorista
que, según ellos, justificaba la tortura como política de "defensa
nacional".
El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, y el encargado de
Justicia, el general Jonh Ashcroft, no fueron tan lejos como estos
intelectuales de Nueva York: "solamente" arrestaron a cientos de
sospechosos árabes, suspendieron los derechos del hábeas corpus y defendieron
la propuesta del presidente Bush de crear tribunales militares y ejecutar a
quienes fueran encontrados culpables en juicios secretos.
Las ambigüedades que durante años han hecho presa de los
intelectuales neoyorquinos -su apoyo a la represión israelí de los palestinos y
sus críticas a las intervenciones militares estadunidenses en otros lugares-
quedaron resueltas: ahora podían apoyar la guerra de Estados Unidos contra
Afganistán y las masacres israelíes de palestinos. La sinergia que produjo esta
aceptación plena de la violencia barrió las últimas dudas críticas.
Los intelectuales de Nueva York apoyaron del todo la guerra
total. Propagaron una visión paranoica del terrorismo en todo el mundo para
atizar una guerra permanente. Estos eran los totalitarios culturales que
escuchaban a Bach y elogiaban los aviones B-52, editaban revistas culturales en
papel fino y sonrieron ante la imagen de Kabul en ruinas, que ensalzaron la
Orquesta Sinfónica israelí e ignoraron a los 6 mil niños palestinos que
quedaron inválidos en el último año de represión. Sus puntos de vista son y
serán siempre de totalitarismo cultural.
Si los intelectuales neoyorquinos, por sus lazos pro
israelíes, ocuparon la posición más extrema en la fiesta bélica de los IOI,
hubo muchos otros que encontraron sus propias razones para justificar su
capitulación ante la maquinara imperial de guerra. Feministas que originalmente
habían respaldado las guerras de Carter y Clinton contra el régimen afgano,
laico y progresista en términos de la igualdad de sexos (pues todos esos
movimientos se opusieron a "la invasión soviética"), cambiaron su
discurso y apoyaron la guerra estadunidense contra el talibán. La guerra se
convirtió a sus ojos en la oportunidad de liberar a las mujeres de la opresion,
olvidando que el líder afgano de la Alianza del Norte, respaldada por Estados
Unidos, es un practicante de dicha opresión.
La constante en el ala feminista de los IOI no es su lucha
por la igualdad de sexos, sino su leal apoyo al poder global de Estados Unidos,
que practican con la esperanza de obtener fondos y lugares en la cola del
reparto de comida de las ONG.
*clooney-garcia-oceanNo todos los IOI apoyaron la guerra, al
menos abiertamente y desde el principio. Algunos recurrieron al predecible
argumento del doble demonio: equiparando los ataques del 11 de septiembre con
el sostenido bombardeo de terror sobre una nación empobrecida. La muerte de 2
mil 500 ciudadanos estadunidenses por un autor intelectual cuya identidad aún
queda por comprobar, fue equiparada con el terror del bombardeo de 27 millones
de personas, el asesinato y tortura de miles de civiles y prisioneros de
guerra, y la expulsión de entre 3 y 5 millones de refugiados que huyeron de sus
hogares y poblados destruidos.
Los teóricos del doble demonio sostienen que el principio
del terror es lo que cuenta, no el número de víctimas. Para los políticos
imperialistas el criterio no es cantidad sino calidad: una víctima
estadunidense equivale a 100 mil refugiados afganos; 20 casas de bolsa, a 20
mil hospitales, clínicas, escuelas, comercios y mercados.
La perversidad fundamental de la equivalencia moral puede
verse en los dos elementos de la misma ecuación: el terror de Estado
estadunidense está claro para todos; del otro lado sólo hay un gran signo de
interrogación, pero con asterisco en el sentido de que nadie sospecha que el
régimen afgano sea responsable de los ataques. Cuando mucho se le acusa de
proveer un refugio seguro al presunto terrorista Osama Bin Laden. El gobierno
afgano ofreció negociar y entregar al acusado a un tribunal internacional
independiente si se presentaban evidencias concretas de su culpabilidad. No se
ha dado evidencia capaz de justificar un dictamen de culpabilidad en ninguna
corte que se digne de serlo, como admitió Tony Blair luego de presentar una
lista de "pruebas" circunstanciales.
El tema teórico político y moral en este caso es que no
existe culpabilidad por la guerra y el terror en "ambos bandos". Uno
de ellos, Washington, es culpable de ejercer el terrorismo masivo en su pugna
por una victoria militar. En el otro bando, al régimen afgano jamás se le ha
comprobado que haya estado involucrado en el incidente terrorista en Estados
Unidos y aun se mostró dispuesto a considerar una resolución judicial respecto
del sospechoso que se encontraba en su teritorio. El uso de terror de Estado
por parte de la administración Bush es inmoral. La propuesta del talibán de
llevar a cabo negociaciones diplomáticas con base en evidencia judicial fue una
propuesta civilizada y humanitaria ante los conflictos bilaterales.
Si la confianza de los IOI en la trampa de la equivalencia
moral está plagada de afirmaciones falsas y conclusiones inmorales, ¿a qué
propósito sirve? Para los IOI, esto proporciona una tapadera política. Les
permite distanciarse de quienes defienden la independencia afgana y reafirma al
Estado imperialista y su coro de simpatizantes que coinciden en que los
talibanes merecían los bombardeos de Estados Unidos.
Sobre todo se cree que la equivalencia concede protección
política mientras se critica la guerra al considerarla el medio inadecuado para
responder al "crimen" talibán. El efecto es legitimar la causa de la
agresión imperialista al tiempo que se condena la belicosa respuesta. En el
mundo real, la asociación que hicieron los IOI del régimen afgano y Bin Laden
con el incidente terrorista del 11 de septiembre intensificó el sentimiento de
que el imperio fue herido. Después de haber alimentado el frenesí de terror de
los medios, las críticas de los IOI a la guerra se antojaban inconsistentes.
Después de reforzar la justificación enarbolada por el Estado, las dudas de los
IOI sobre la guerra alcanzaron a pocos y convencieron a menos aún.
Como en toda guerra imperialista previa, la izquierda
oportunista evita las cuestiones fundamentales y enfoca su atención sobre temas
secundarios para justificar su hipocresía política. Se centra e infla todos y
cada uno de los defectos en las políticas y prácticas del régimen que se opone
al poder imperial; menciona la opresión de las mujeres, el analfabetismo, los
índices de mortalidad infantil, el autoritarismo y la falta de libertad
religiosa. Las políticas reaccionarias de los talibanes son vistas a través de
un microscopio y este mensaje bombardea repetidamente a todo el mundo. El
mensaje real es que el régimen merece ser destruido y los bombardeos saturados
de B-52 son un acto liberador.
Los IOI no apoyan realmente las acciones de los B-52:
solamente contextualizan ese acto de violencia y después se truenan los dedos
de desesperación. Las fuezas retrógradas apoyadas por Estados Unidos y la
destrucción del mínimo tejido social que existía en Afganistán son vistos a
través de un telescopio que también evoca el tronar de dedos.
Los IOI evitan tratar asuntos fundamentales como la libre
determinación, el anticolonialismo y el régimen clientelar impuesto por el
imperialismo, así como el pasado, presente y futuro de las invasiones
imperialistas. Estos temas son enterrados y, en cambio, los medios presentan
una discusión sobre la libertad de la que ahora disfrutan, por ejemplo, un
cambista de Kabul, los vendedores de videos en Kandahar y los propietarios de
burdeles en todos lados.
Si en Nueva York los intelectuales dan consejos a los
detectives, aplauden los bombardeos y claman por nuevas guerras contra
"los árabes", en Los Angeles altos funcionarios y actores ofrecen
voluntariamente sus servicios a los conquistadores militares. El 3 de diciembre
de 2001, más de 40 altos ejecutivos de cine y televisión y líderes sindicales
se reunieron con Karl Rove, asesor político de la Casa Blanca, y Jack Valenti,
presidente de la Asociación Cinematográfica estadunidense, para planear la
manera en que la industria cultural podía movilizar apoyo para Estados Unidos
en la guerra, alentando a las tropas en el terreno en actos que se difundirían
a todo el mundo.
El primer pelotón terrestre -que incluía a George Clooney,
Matt Damon, Andy García y Julia Roberts- viajó a las bases militares
estadunidenses para fomentar el espíritu bélico. Las "estrellas" de
cine, fungiendo como representantes de la cultura mediática estadunidense,
están jugando un papel principal en las herramientas propagandísticas de la
guerra imperial.
En un acto emblemático del salvajismo de esta guerra, David
Keith, quien estelarizó la cinta bélica Tras las filas del enemigo, dijo a
marineros estadunienses en un portaviones sobre el mar de Arabia: "ustedes
son nuestros puños que les destrozarán las manos y nuestros dientes con los que
les arrancaremos la garganta". (Financial Times, 2/12/01, p. 9.)
Hollywood prepara una serie de películas que se encargarán
de mostrar de manera explícita la postura de Washington sobre la guerra
cuidando tanto el aspecto visual como el de contenido. El propósito es
convencer al público estadunidense del apoyo que debe brindar a la expansión de
la guerra hacia otras regiones, así como preparar a la ciudadanía para aceptar
víctimas en el futuro (de ser necesario); esto lo logrará presentando las
invasiones estadunidenses como guerras justas con amplia probabilidad de lograr
victorias.
Estas películas de propaganda "recontextualizarán"
los hechos de guerras pasadas, según afirma un productor hollywoodense. Una
cinta basada en la invasión de Estados Unidos a Somalia presentará a los
africanos como agresores y a las tropas invasoras estadunidenses como
liberadoras. El papel de Hollywood en las guerras de conquista es importante.
El mensaje político de estos filmes comlementará la retórica imperialista de Washington
al glorificar a los depredadores imperialistas, "personalizar" las
conquistas incluyendo romances entre conquistadores y conquistados, al tiempo
que ennoblece las conquistas al omitir la tortura y la destrucción de civiles.
Las películas transformarán a las víctimas en verdugos y a los conquistadores
en libertadores, y ensalzarán a los colaboradores locales calificándolos de
patriotas.
¿Qué obtiene Hollywood con esta colaboración
"voluntaria" con el Estado? Como corporaciones multimillonarias,
comparten intereses e ideologías con los políticos imperialistas. También
esperan capitalizar la fiebre bélica atrayendo grandes públicos y abundantes
ganancias. En otras palabras, esperan retacar sus arcas transmitiendo la
propaganda estatal.
La radio y la televisión también se unieron a las filas de
la maquinaria bélica desde el 11 de septiembre. Uno de los principales
locutores de noticias, Daniel Rather, de CBS, afirmó públicamente que estaba
"listo para recibir las órdenes del presidente Bush". La televisión
saturó los hogares y oficinas con imágenes, entrevistas y comentarios de apoyo
al bombardeo sobre Afganistán. Excluyeron toda "noticia negativa" y
minimizaron o justificaron la posibilidad de que hubiera víctimas civiles y
fustigaron a la oposición, tanto en Afganistán como en el resto del mundo, a la
reacción estadunidense.
Las fuentes citadas en las "noticias" en la radio
y televisión provenían, invariable y exclusivamente, del gobierno
estadunidense, expertos belicistas o de sus caudillos. Estos sesgados
comentarios reforzaron la posición política oficial de Washington. Los medios
censuraron cualquier mención a la complicidad de Estados Unidos o su
responsabilidad en atrocidades presentes o pasadas, como la tortura y asesinato
de 600 prisioneros en Mazar-e-Sharif.
Ningún medio mencionó el apoyo estadunidense a los
fundamentalistas en su combate contra el régimen laico afgano en los ochenta.
No se dijo una palabra sobre las relaciones de Washington con los
fundamentalistas de Bosnia, Kosovo, Chechenia y Macedonia que existían desde
los años noventa y que se extendieron hasta el nuevo milenio. No hubo una sola
discusión en los medios sobre el subsidio de 40 millones de dólares que
Washington dio a los talibanes en mayo de 2001, con el fin de destruir la red
de cultivo y transporte de opio. Sobre todo, los medios evitaron relacionar la
huida de millones de afganos con los bombardeos estadunidenses sobre ciudades y
poblados.
Enfrentados a la arremetida de los medios, la mayoría de los
intelectuales occidentales se retrajeron hacia el "horror del 11 de
septiembre" como excusa por su falta de voluntad para declarar
públicamente la oposición a la guerra total.
De cara a la tragedia del pueblo afgano causada por los
masivos bombardeos y asaltos asesinos por parte de la clientela de caudillos
que están destruyendo el país y dejando sueltos a narcotraficantes y bandidos
que lo saquearán todo, con excepción de caravanas armadas de comerciantes
provenientes del extranjero, la mayoría de los intelectuales occidentales de
izquierda que no hayan sucumbido a la tentación totalitaria se retirarán a sus
libros, bibliotecas y oficinas. ¿Esto se da por cinismo, o por cobardía? Ante
los monstruosos crímenes contra la humanidad, retornarán a sus estudios sobre
temas crípticos y a sus mundanas tareas cotidanas.
Existen intelectuales y periodistas disidentes y valientes
como el periodista británico Robert Fisk, quien es un valeroso ejemplo de esta
minoría y pregunta si debe haber un Tribunal para Crímenes de Guerra para los
perpetradores de la guerra total. Aún esperamos respuesta de los IOI.
Manifestantes que protestan contra la guerra son ignorados
por los medios y calumniados por su antiamericanismo por los nuevos
totalitarios de derecha, intelectuales franceses como Bernard-Henry Levy y
Jacques Julliard. Estos intelectuales, Amigos de América, sólo saben de Estados
Unidos como imperio e ignoran su linaje revolucionario antimperialista.
Muchos ex IOI eliminan su ansiedad arrojando espumarajos
chovinistas y celebrando la "guerra justa". Otros vacilan en medio de
la equivalencia moral. La mayoría se retrae hacia reflexiones apolíticas.
Los intelectuales occidentales de izquierda han llegado a un
callejón sin salida. La actual rendición intelectual tiene sus raíces en el
reflejo condicionado anticomunista de principios de los ochenta y en el apoyo
de autoengaño de las guerras imperialistas supuestamente humanitarias de la
década de los noventa. Su torcida evaluación en el sentido de que la guerra
total era una "guerra justa" es una perversión de imperativo moral al
servicio del imperio. "Las guerras imperialistas -escribió Jean Paul
Sartre- son el cáncer de la democracia."
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