Los diarios del
país publican el día de hoy 11 de diciembre
de 2014 las parrafadas dichas por
Luis María Aguilar
Morales en su carácter de ocupante del encumbrado, inmerecido e ilegítimo
cargo de ministro
de la Suprema Corte de Justicia (SCJN). Encumbrado porque
la SCJN ya es un organismo totalmente
superado por los graves problemas de México. Por la decadencia del sistema, quienes integran la Suprema Corte
se han vueltos verdugos del país. Ese tribunal
todos los días realiza
una labor que tiene por
objeto desvirtuar la Constitución,
destruir a México
y a la Nación, como
en efecto así lo ha
estado haciendo desde hace muchos
años los llamados ministros de. Estos altos y sobre todo
lucrativos cargos son totalmente
ilegítimos porque son contrarios a los intereses de la Nación. Bajo esta
premisa dicho individuo no
tiene ninguna autoridad para hablar de justicia,
de Estado de Derecho, de respeto
a los derechos humanos, porque en su labor como juez
se ha dedicado precisamente a todo lo contrario, a pisotear el sentido de los valores que
envuelven dichos conceptos. Se trata del típico
tartufo, santurrón, lambiscón y falsario. Cobijado
por el sistema putrefacto, sabe
engañar cuando le conviene. En sus resoluciones,
violando todos los principios jurídicos,
cuando se trata de quedar bien con el poderoso, suple de manera
arbitraria las graves
fallas de una de las partes interesadas
para quedar bien
con el poderoso; esta manera de actuar constituye
un grave delito, grave
enfermedad de la cual padecen
todos los ministros de la
Suprema Corte, pero vivimos en el país en que los poderosos
actúan impunemente. Este sujeto
Luis María Aguilar
Morales estuvo y
está descalificado
jurídicamente para ser ministro de la
Suprema Corte. Porque en México
a los lambiscones se les premia con los
más altos sitiales, dicho sujeto, durante muchos
años, mientras fue presidente de
la Suprema Corte Vicente
Aguinaco Alemán, tipo
mimado por Ernesto
Zedillo –vaya pifia garrafal–, violando la
Constitución desempeñó dos cargos
de la Federación, el de
Oficial Mayor de la
Suprema Corte y el de
Secretario General de la
Presidencia de la Suprema Corte.
Este abuso del poder también constituye
un delito; de ello nunca fue
investigado este personaje,
y en cambio fue
premiado con el cargo
pingüe y rateril de
consejero de la Judicatura
Federal, cargo desde el que se dedicó a atropellar,
a ofender y a lesionar gravemente
los derechos de jueces
y magistrados federales y a saciar su ego patológico,
ya que por su ineptitud y tosudez se trata de un
personaje predispuesto a crear al país problemas graves y gratuitos; de
modo, pues, que este sujeto, como fue su
costumbre burocrática enfermiza,
de dedicarse a engañar llenando
sus proyectos y resoluciones de vácuas, inconsistentes e ilógicas
parrafadas, para suplir sus graves deficiencias humanas y para quedar
bien con alguien. Por haber sido
consejero de la Judicatura está
totalmente descalificado para ser
ministro de dicho tribunal, pero los
leguleyos se sientan
en los principios leguleyos,
oh santa impunidad, –¡Oh, Francisco
de Quevedo!:
Las leyes
con que juzgas, ¡oh Batino!,
menos bien las
estudias que las vendes;
lo que te compran solamente entiendes;
. . .
y al compás que la
encoges o la extiendes,
tu mano para el fallo se previno.
No sabes escuchar
ruegos baratos,
. . .
No te gobiernan
textos, sino tratos.
. . .
Pues que
de intento y de
interés no mudas,
O lávate las manos
con Pilatos,
o, con la bolsa, ahórcate con Judás –
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